Fotos y poemas laguneros. “La Entrada del Cristo”. Juan Pérez Delgado (Nijota) (1890-1971)

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Fuegos de mosaíco o fondo de Plaza años 50-60

Nijota, en su pregón de las Fiestas del Cristo de 1951, dice así: Si en nuestra isla existiese, como en la adelantadísima Norteamérica, una institución dedicada a explorar la opinión. Pública estamos seguros de que, realizada una encuesta entre los que han asistido repetidas veces o una sola vez; a las fiestas del Cristo, un noventa por ciento manifestarían que lo quemas les entusiasmó es el sobrecogedor momento de la Entrada, y, mas que nada, el breve espacio de tiempo en que, sobre un expectante, silencioso y atemorizado mar de cabezas humanas, se extiende un cielo totalmente cubierto de centelleantes y atronadoras estrellas. Millares y millares de personas hacen viaje a La laguna, desde todos los lugares de la Isla, solamente para sentir la fuerza emocional de ese momento. Para, sentirlo decimos, y. no para verlo, porque la violencia de la luz y de las detonaciones pone temor en los espíritus, y la fuerza, del instinto de conservación ante su puestos peligros hace agachar las cabezas mientras los cohetes bailan sobre ellas una, maravillosa y crepitante, danza del fuego. Esta manera peculiar de asistir a la Entrada, para sentirla y no para verla, ha tratado de ser descrita por mí en una croniquilla rimada que me atrevo a daros a conocer., Dice así.

«Hay mucha gente en Santa Cruz
y en los pueblos del interior
que asiste a la Entrada del Cristo
con un criterio encantador.

Están todo el. día 14, entregados
a sus quehaceres; resolviendo
asuntos los hombres y terminando
el traje las mujeres;

Allá. a la caída. de la tarde, toman el auto o el tranvía,
entre apretones y codazos,
tan peculiares de ese día.

Llegan de noche a la laguna.
Empujando entran en la plaza,
se acercan, a Capitanía o se pierden entre la masa.

El Cristo llega ya. ¡Cuidado!
Ya está debajo del templete.

Empieza el motín de la traca
y la revolución del cohete.

Y aquella gente que ha venido tan solamente a ver la Entrada,
se agacha, se tapa, «Se esconde’,
y, naturalmente no ve nada.

Aun, sin terminarse los fuegos,
corren todos cogidos de mano
a coger sitio en el tranvía
o el autobús interurbano.

De cualquier modo tornan a casa
contentos y dándose pisto
y diciendo a sus amistades
¡Hemos visto la Entrada del Cristo!»

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