La Laguna Patrimonio Mundial: En la lagunera Plaza del Cristo se encuentra «La Cruz de las Venganzas» (y II). Por Julio Torres Santos

fusilamiento

(…) Pasaron algunos años y Antón cumplió el servicio militar. Tuvo fortuna con una venta que abrió en el camino de Las Mercedes, y como seguía teniendo ley a Maruca, se casaron. La muchacha, siempre buena y sencilla, fue una esposa fiel, amante de su marido, limpia y hacendosa como ninguna; y con una gracia para complacer a los parroquianos que acudían a la carne en adobo y al vino, que muy pronto no pudieron servir a tanta clientela formada por lo mejor de la ciudad. Los envidiosos decían que la gente no iba sólo por la carne y el vino, que ni era mejor ni peor que en otras ventas, sino por ver y hablar con la mujer de Antón, que a todos atendía sonriente.

Y el marido comenzó a sentir celos de su esposa. A las insidias de ahora se unían las antiguas calumnias propagadas por el cabo y los pasajeros amores con el cadete. Se hizo uraño, displicente y malhumorado; contestaba de mala manera a su mujer y hasta llegó a pegarle. La vida del matrimonio, feliz en otro tiempo, se convirtió ahora en un infierno. La muchacha sufría resignada los golpes y palabrotas de su marido, hasta que un día la joven le anunció que estaba embarazada y se iba a la casa de sus padres.

Oyóla Antón y se calló; pero en su cerebro nació la idea de matar a su mujer. Creía que era un pretexto de Maruca el ir a casa de sus padres, pensó que aquel hijo no era suyo, y que se marchaba con alguno de aquellos señorones que visitaban su venta y hablaban con ella. Esperó la noche, se acostaron, y cuando Maruca dormía la estranguló con una cuerda que de antemano tenía preparada, matando a la madre y al hijo que llevaba en las entrañas.

La noticia corrió por toda la Ciudad; el criminal fué cogido, y como estaba sujeto todavía al servicio de las armas, fué juzgado por el fuero militar y condenado a muerte. Uno de los primeros que se presentó a formar parte del pelotón de la ejecución fue aquel muchacho llamado Juan, hijo del cabo, y ahora soldado, que recordaba las palabras de su madre: «Mira, hijo, ese fue el que mató a tu padre». La certera bala de Juan también atravesó el corazón de Antón, vengando así a su padre y a la inocente y desgraciada Maruca.

Donde cayeron para siempre el cabo y Antón se levantó una ermita de sangre que hasta hoy día existe en un costado de la plaza de San Francisco.

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