EL CALLEJÓN DE LA CAZA Y LAS ÁNIMAS DE DON JERÓNIMO DE GRIMÓN Y SOR ÚRSULA DE SAN PEDRO (y III). Por Julio Torres Santos

sor ursula III

La anciana se acomodó, apoyando su mano en la pared del convento, mientras gesticulaba con la otra, para enfatizar sus palabras. Comenzó su relato con voz pausad y en unos segundos, quizá minutos, sentí como si los personajes de pasados siglos, envueltos en capas y embozados, cruzasen de nuevo el callejón, pisando con botas de cordobán y espuelas esas piedras evocadoras, después de haber vivido sus lances de galanteo y de estocadas.

Me pareció verlos moverse al amparo de la clandestinidad lograda por los elevados muros conventuales, cubiertos de cómplices musgos y verodes. La mortecina claridad de las lámparas de aceite dibujaba sus sombras, que, reverentes, se inclinaban ante el retablo de la Virgen. Fue tan veraz el relato de la fiel de Sor Úrsula, que, no sólo escuché el crujidos de las viejas maderas de tea del conventual ajimez, también resonó en mis oídos, como en el callejón, el grito fatídico de la muchedumbre al presenciar el trágico fin de la vida de don Jerónimo Grimón y Rojas,

..Pero me estoy perdiendo…Voy directamente al relato de la anciana, queriendo ser lo más fidedigno posible. Tal relato comenzó por…

– Mi ama y don Jerónimo murieron de amor…

El confiado relato fue interrumpido por el sordo resonar sobre los adoquines de juveniles pasos, cortos y leves… Alguien habla en voz baja, más bien dijérase que rezaba…

Tiritando, ¿de frío? , osé preguntar:

– Pero, ¿de quiénes me habla?

(No me atreví a preguntar si se había incorporado alguien –o ¿algo?- a la conversación. Ya se sabe que tal impertinencia es de mal educados…Además…no quería dar pie…No sea que… O sea, como se dice. “Yo no soy supersticioso; pero, por si acaso.”).

Inmune al entorno, la ancianita me narró la siguiente historia:

A vos le habo de mi ama, Sor Úrsula de San Pedro, que fue monja que profesó en el este Convento de Santa Catalina de Siena y que se enamoró de don Jerónimo de Grimón, hijo natural del dueño de la casa que ampara estos otros muros -señalando para la hoy conocida como Palacio de Nava-. Ambos enamorados huyeron tratando de escapar de la isla en un navío inglés anclado en la bahía del puerto Santa Cruz, para lo cual ella se descolgó por las tapias del convento disfrazada de paje. Pero poco antes de zarpar la nave, fueron descubiertos por la justicia.

Sor Úrsula fue entregada al prelado y devuelta al convento; don Jerónimo fue acusado de rapto de una religiosa y condenado a muerte por el Rey.

Don Jerónimo de Grimón fue ejecutado justo en la esquina de la plaza que está a vuestra a su espalda, en la primavera del año del señor de mil seiscientos cincuenta y uno. Aquellas piadosas gentes dicen que: “En público cadalso expió su pecado de amor y de herejía”.

Cruelmente, se obligó a Sor Úrsula, por sentencia, a presenciar desde la celosía del ajimez, la ejecución de su amado y querido don Jerónimo.

Terminada la horrible ejecución pública, la cabeza de don Jerónimo fue clavada en una pica y expuesta en el llano de los Ángeles (actualmente “el Adelantado”, es decir, justo frente al convento), en la plaza de los Remedios y en la de la Concepción en la Villa de Arriba para escarmiento.

Sor Úrsula, mí ama, fue encerrada de por vida en su celda y sólo podía presenciar los oficios religiosos a través de un pequeño ventanuco situado a la derecha del altar mayor de la iglesia del convento….

Y en ese momento de la narración de la anciana, en la madrugada, entre un silencio soberano, en el misterioso callejón de La Caza, flotaron, sin importar el trascurso de los siglos, las donjuanescas figuras del joven capitán, don Jerónimo Grimón y Rojas, y de la inocente moja catalina, Sor Úrsula de San Pedro.

– Seguro que este paraje, tras su artículo (presumo que lo escribiréis), recobrará su sublime encanto y todo el misterio que de él emana. Me susurró la anciana, mientras que su silueta y la de los enamorados Úrsula y Jerónimo eran absorbidas por la niebla del callejón de La Caza.

Historias y leyendas de callejones laguneros. Callejones laberínticos, alma de la Ciudad, de esa ciudad única que ha guardado entre sus históricos muros las huellas de todos sus hijos e hijas, de todos quienes han contribuido a insuflarle alma, personalidad e idiosincrasia…Todos la han convertido en única. También porque a todos y a todas les enamora su historia (¡qué lujo de historia!), de la que, sin duda, forman parte sus múltiples callejones, que ya reflejara Torriani a finales del sigo XVI: La Palma, Briones, Belén, El Remojo, La Marina, El Tizón, de Andrés Rosa o Montaraz, La Maquila, Obispo Ruiz Cabal, La Amargura, Las Carretas y algunos más. Todos son sin duda orgullo e historia viva de La Laguna, habida cuenta de que son parajes que invitan al recuerdo y a la meditación, así como a reivindicar la historia de quienes pisaron los adoquines de esta añosa ciudad. .

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