San Cristóbal de La Laguna,Patrimonio Inmaterial: Celebraciones de San Juan Bautista, San Benito Abad y el Santísimo Cristo de La Laguna (III)

Las celebraciones de San Juan Bautista a través del tiempo

El barrio de San Juan está dormido. Sus casas se acercan demasiado al cementerio y se vuelven silenciosas. Una tarde cualquiera cae el sol. Las calles están solitarias. Pasa un entierro. Alguien reza un Padrenuestro. Los cipreses salen del cementerio para escoltar la negra carroza.

Pero no siempre es asi este barrio lagunero de pequeñas y blancas casas. Un día, el día de su fiesta, todo se llena de luz y de alegría. Se abren las ventanas.

Las cortinas nuevas, guardadas en el baúl que perteneció a la abuela, son colocadas. Se lanzan al viento las banderas y ya se nota en el barrio ese extraño nerviosismo que antecede a todo hecho memorable.

Los vecinos con sus huchas, van por las calles pidiendo la ayuda de los laguneros para la fiesta. Los chiquillos sueñan con ruletas y turrones. Las muchachas con el traje que estrenarán y todos sienten el deseo de saltar sobre las hogueras que iluminan la nOche de la víspera.

Tras haber procurado tratar con la brevedad exigida por este acto algunos aspectos de la festividad del Bautista y del fervor religioso que su imagen despertaba, intentaré ofrecer una ligera visión de los regocigos profanos y restantes manifestaciones inherentes a la misma: danzas fuegos, toros…

Estos espectáculos, organizados por el Cabildo, no eran de los que las familias establecidas en La Laguna durante el -el XVI- solían celebrar en sus pueblos de origen, sobre Andalucía. Actos a los que influencias y motivaciones de cará personal habían venido dando el sesgo que conforman su perso la centuria del XVII. Las propias ordenanzas de Tenerife así lo al disponer que el día de San Juan, en la plaza mayor de San Miguel se corrieran toros y que los caballeros jugasen cañas.

Pero insisto que en la ciudad, durante los festejos mencionados, incluidas comedias y demás, cada uno ocupaba el sitio que su nacimiento le había deparado. De ahí que a la gente sencilla, a la inmensa mayoría de moradores de este barrio, les agradara muchísimo más expansionarse con los regocijos populares que se desarrollaban en el mismo: carreras de caballo -sortijas-, parrandas y bailes, luchas canarias a tres, e incluso juegos de azar, entre los que se contaban dados y naipes, pasatiempo a.

veces apasionado, practicado, pese a las frecuentes prohibiciones, tanto en las casas más encopetadas del casco urbano como en las humildes tabernas del barrio. Y que festejaran con desbordante alegria la llegada del solsticio de verano, la noche mágica de San Juan con sus famosísimas hogueras, tradicionalmente esperada con ilusión por los vecinos más ingenuos, aturdidos en ocasiones por predicciones de agoreras que previamente les habían explicado cómo conocer su futuro, la suerte que les aguardaba…

Las hogueras, corno regocijo y señal de júbilo, constituían todo un acontecimiento. Se encendían no sólo en los alrededores del templo, sino en muchos de los campos de las proximidades. Generalmente en medio de la algarabía de los más pequeños de la vecindad, incrementada cuando saltaban sobre el fuego los jóvenes más arriesgados, así corno por el buen humor y la predisposición de los mayores, habituados a aprovechar sus brasas para turrar papas, trozos de carne y pescado salado, armadero apreciadísimo para acompañar el buen vino reservado para la ocasión.

Las hogueras , en este histórico barrio, junto a la iglesia y a algunas de sus casas, para evitar el peligro de los incendios, pronto se impuso la costumbre de utilizar viejas botas de vino –cubas, pipas o barricas- fijas al suelo y rellenas de leña, ramas y demás, cuyos arcos de hierro contenían muy bien el maderamen ardiendo. ¡Fuegos tempranamente enriquecidos con el añadido de la pirotecnia, iluminadora del cielo 1agunero en las noches festeras de San Juan, siempre aguardadas con ilusión!

El 24 de junio también era día de romeros, puntuales en sus visitas al santo; de reparto de centenares de panes a los menesteroso s, aunque en principio (1614-1627) solía efectuarse el Jueves Santo; de reuniones y comidas en familia con presencia de los miembros de las mismas residentes en otros lugares. ¡ Y de abundante consumo de vino, que contribuía a incrementar la alegría y el sano jolgorio! Día asimismo de modestos estrenos –que conllevaban abundante trabajo para costureras y sastres; de piropos y recados amorosos, y hasta en ocasiones de pícaros que hacian su agosto aprovechándose de la candidez de la buena gente…

Vecinos que en las vísperas se preocupaban de traer carretadas y cargas de ramas destinadas a la ornamentación vegetal de la ermita y sus alrededores, así como a la habilitación de arcos elaborados con espigas de trigo, flores, panes, grandes rosquetes y frutos del país.

En resumen, eran las fiestas más populares de la zona, incluso para los labradores solteros, que a mediados de la centuria optaron por celebrar las de San Plácido, cuya antigua imagen terminó pasando al Chorrillo después de que el capellán Cándido Rodríguez del Rey, en las primeras décadas del siglo XIX, encargara al escultor Fernando Francisco Estévez la de espléndida cabeza existente en la actualidad en el retablo de su advocación.

DANZAS, TOROS, CAÑAS Y OTRAS DIVERSIONES

En buena medida, las fiestas de San Juan -y las de Corpus y San Cristóbal en menor esca1a- reflejaban la realidad social de La Laguna del siglo XVII, dado que incluían los mencionados espectáculos -reitero que organizados por el Ayuntamiento en lugares céntricos de la ciudad- seguidos con interés por la mayoría de sus habitantes, necesitados de actividades donde dar rienda suelta a su alegría y recuperarse del cansancio del trabajo cotidiano.

Variedad de danzas -danzas de gitanos y otras muchas-, a veces inventadas para la ocasión, se desarrollaban tanto en la víspera como durante el día principal, previo contrato establecido entre los responsables de las mismas y el Concejo municipal, obligado en algunos casos a facilitar a sus intérpretes vestuario, galas, tamboriles e incluso máscaras y vestidos de librea. Lo testimonian los acuerdos establecidos en 1635 con el herrero-artista Me1chor Ruiz, y siete años más tarde con el sombrerero y también inventor de danzas Mateo de Lima. Actos no exentos de comentarios negativos, que el beneficiado de los Remedios Juan Gonzá1ez de Medina intentó contrarrestar escribiendo, en la segunda mitad de la centuria, que los regocijos dirigidos al culto los calificaba la devoción, y los dañinos horrores que algunos pretendían ver en los mismos se encargaban de ahuyentarlos los decentes festejos que divertían.

Los toros, pese a su poco arraigo en las islas y a las reiteradas prohibiciones eclesiásticas, eran habituales. Pero no se trataba del llamado toreo moderno, de las corridas conocidas en la actualidad que, a finales del siglo XIX, llegaron a tener cierto auge en este barrio de San Juan, donde se habilitó la primera o una de las primeras plazas taurinas de Canarias, desaparecida después de inaugurada la de Santa Cruz.

En la centuria del XVII no existía en la isla ganadería brava y los carniceros de la ciudad tenían a su cargo la conducción de las reses, durante la noche, a los recintos preparados para la lidia, cerrados mediante vallas o ta1anqueras formadas por troncos de pinos jóvenes previamente desbastados. El escenario más frecuente era la plaza de Abajo, donde caballeros jinetes se encargaban de a1ancearlos, recibiendo como premio el aplauso de los enardecidos espectadores.

El juego de cañas antes citado era igualmente obligado en toda fiesta que se preciara de importante. Cuadrillas de jinetes, casi siempre regidores y miembros de las familias más encumbradas de la isla, con sus armas de caña dispuestas para arrojar a sus teatrales enemigos, mostraban sus habilidades ecuestres en las caba1gadas, lanzándose a gran velocidad, para luego pararse casi instantáneamente, ante el asombro de los concurrentes.

Tampoco faltaban las representaciones teatrales, en tablados preparados al efecto. Seguidas en su desarrollo por un público atento, los regidores, a la hora de su programación, procuraban que las obras fueran distintas cada día, porque la ciudad era pequeña y los espectadores casi siempre los mismos; causa principal del predominio de comedias y entremeses, habitualmente interpretados por aficionados, como Francisco Rodriguez, Diego Bravo de Acuña, Francisco González…

Sobre todo ello existe abundancia de datos y referencias escritas sobre la contratación de buenos danzarines, bailadores y tamborileros para concurrir a la sobresaliente procesión de San Juan, celebrada siempre con presencia del clero, comunidades religiosas, Ayuntamiento con su pendón, milicias y demás, y seguida por muchísimos 1aguneros con devoción y vivo interés.

Apuntes que también informan de las tradicionales luminarias y hasta de las características de los aludidos fuegos artificiales (detonadores, ruedas, cohetes…) pero pormenorizarlos alargaría en exceso el objetivo propuesto en principio: ofrecer una breve visión documental del origen y evolución de la festividad, distinguiendo en la medida de lo posible los regocijos celebrados en este hospitalario distrito –entonces con numerosas casas terreras, huertos, patios con flores y pintorescos rincones- de los espectáculos instituciona1es que tenían por escenario el centro de la ciudad.

A ‘partir de este año se celebran las fieseas que tienen gran esplendor y en las que, según las antiguas Ordenanzas de la Isla 11 Cada año se correrán cuatro ~oros en la plaza ma}! 01’ del San Miguel y que se encargue sie:rnpre a los caballeros que hubieran de ju.gar caña salgan y jueguen lo mejor que fueSe posible» Pero con los siglos pasan las costumbres y tradiciones. Le devoción se fué perdiendo COn los años. San Juan se quedó solo. En el año 1862, la autoridad eclesiástica cedió el templo para hospital militar, dandose el caso de haber pasado dos años cerrado al culto por estar ocupado por un enfermo. Las piedras de su fachada se cubrieron con pintura que ocultaba su belleza artística.

Un dia alguien se acordó de que San Juan estaba solo. De que tras aquellas pinturas amarillas, se encontraba el pasado. VolvierOn a lucir las rojas piedras. Las telarañas y las goteras desaparecieron. La luz entró por los ventanales y San Juan se alegró. Volvieron a encenderse la;; hogueras y los niños pudieron ver pasar de nuevo, admirados, a aquel Santo con barbas y con alas, que libró a la Isla del peor de los males que la ha azotado.

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