LA BATALLA DE LAS PALMAS EN EL GOZNE DE DOS SIGLOS: O DE CÓMO LOS CANARIOS ARRANCARON UNA GLORIOSA VICTORIA DE LAS FAUCES DE LA DERROTA (IV)

batalla las palmas

Ataque holandés a la ínsula de Gran Canaria. Autor desconocido. Publicado en el libro de Michiel Joostens van Heede, uno de los escribanos de la expedición de Van der Does. Roterdam 1599. Casa de Colón de Las Palmas de Gran Canaria. Se señala Allagoena, (pronunciación en holandés de La Laguna), en vez de Las Palmas, pues los holandeses creían que atacaban la capital de las islas en aquella época.

Pedro Galán García
Teniente general

LA BATALLA

Veintiséis de junio, frente a la bahía de La Luz se presentó una imponente flota extranjera, 74 navíos en los que ondeaban los colores de Holanda y la casa de Orange. Las 150 lanchas de desembarco que remolcaban no dejaban lugar a duda sobre su actitud ofensiva. El gobernador Alvarado dispuso la defensa volcando su esfuerzo principal en tratar de impedir el desembarco enemigo.

No se encontró solo Alvarado, inmediatamente acudieron los regidores de la ciudad, los hombres de iglesia y el pueblo llano que, unidos a los mil hombres encuadrados en las milicias, se aprestaron a la defensa de la ciudad y de la isla.

Se sucedieron los duelos artilleros entre los navíos y los fuertes que defendían la ciudad. Los daños ocasionados a varios buques no impidieron los sucesivos intentos de desembarco tenazmente rechazados por los hombres de Alvarado que, herido de muerte, fue sustituido por Pamochamoso, hasta que, en el quinto intento, la sorpresa tecnológica de unas lanchas planas aproximando la costa por una zona de bajíos no preparada para la defensa, y la superioridad del alcance de la fusilería enemiga hizo que la heroica oposición de los españoles, manteniendo la defensa a pecho descubierto, resultara insostenible. Lograron así los holandeses poner pie en tierra, no sin antes sufrir numerosas bajas y que Ciprián de Torres, capitán de la Compañía de la Vega, adentrándose en el agua atacara al propio Van der Does hiriéndole y perdiendo su vida en este heroico intento.

Las fuerzas isleñas se replegaron, la retaguardia española combatió retrocediendo lentamente hasta romper el contacto y se aprestó a la defensa de la ciudad mientras autoridades, documentos y objetos de valor se retiraron hacia el interior.

Tras una preparación artillera de cinco horas, la infantería holandesa avanzó para asaltar por el frente mientras trató de envolver la ciudad y cortar la retirada a los defensores. Una vez más quedó el campo cubierto de cadáveres enemigos pero con los muros y parapetos destruidos y, ante la enorme potencia holandesa, los milicianos se vieron obligados a abandonar la ciudad, no sin antes haber ganado el tiempo necesario para que la población la abandonara con sus enseres.

Una vez tomada la ciudad Van der Does intentó cobrar un cuantioso rescate a cambio de dejar libres a todos los isleños quienes anualmente deberían pagar una suma de dinero a Holanda. Las autoridades isleñas, reunidas en Santa Brígida, rechazaron la propuesta del holandés y se aprestaron otra vez a la lucha. El martes 29 de junio enviaron una carta al Rey dando cuenta de que el enemigo se había apoderado de la ciudad pero que están «animados a defender el resto hasta perder las vidas».

En la mañana del sábado 3 de julio, una columna de 4.000 atacantes se dirigió al monte Lentiscal en donde Pamochamoso, con no más de 400 hombres, se dispuso a presentar pelea. Los españoles habían cortado acequias y cegado fuentes. El sol abrasaba, el calor era sofocante. Las tropas holandesas, pesadamente dotadas de equipo y armamento y nada habituadas a este terreno, sufrían sedientas su dureza mientras intentaban avanzar.

Pamochamoso eligió como límite en la retirada un bosque frondoso en el que disimular sus escasas fuerzas y hacer que se multipliquen en la mente del invasor con sus estratagemas, adoptó la firme decisión de cerrar el paso al enemigo y, atacándolo entre la espesa vegetación, hacerle creer que se enfrenta a una fuerza mucho más potente. Nuestros hombres se agazaparon a ambos lados del camino en un punto dominante denominado El Batán, lo que obligó a la columna de asalto a atacar de abajo arriba y sin posibilidad de aprovechar la ventaja de su armamento en la espesura.

El grueso de la fuerza esperó mientras treinta o cuarenta isleños hostigan a los holandeses actuando contra sus flancos y retaguardia. Batieron los nuestros sus tambores atronando el monte mientras agitaban al aire banderas para parecer más numerosos. Ordenado el ataque, éste se desencadenó con tal rabia que las fuerzas holandesas, sometidas a una sorpresa total, iniciaron una desordenada retirada monte abajo hasta los aledaños de la ciudad.

La represalia enemiga no se hizo esperar, inmediatamente procedieron al saqueo de la capital y a la quema de edificios. Trasladaron a sus barcos las campanas de la catedral, los cañones y todos los productos agrícolas de que pudieron hacer acopio hasta que, a la mañana siguiente los canarios, que no estaban dispuestos a dejar destruir su ciudad, atacaron por sorpresa con tal violencia que los holandeses huyeron a sus barcos abandonando el resto del botín que habían acumulado. El domingo 4 de julio se recuperó definitivamente la ciudad y cuatro días después la flota enemiga abandonó la bahía.

Frente al dolor de las familias que habían perdido seres queridos y los grandes destrozos materiales, producidos por el invasor, se acababa de escribir una de las páginas más heroicas de la isla de Gran Canaria.

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