Ya vienen los carnavales: Historia del Carnaval en Tenerife (VIII)

Los Carnavales del Obispo Pérez Cáceres

El Teatro Leal y bar Alemán eran el centro de los carnavales de La Laguna. De los carnavales anteriores a las llamadas Fiestas de Invierno, un hallazgo feliz que los mantuvo agazapados bajo ese eufemismo de tolerancia permisiva, confundiéndolos con un festival de slalom gigante en Cortina D’ Ampezzo. De esta manera, las justificaciones del recién inventado negocio turístico hicieron un paréntesis en las más importantes tareas de salvaguardar las buenas costumbres en la reserva espiritual de Europa.

Los carnavales tuvieron un gran valedor: Don Domingo Pérez Cáceres, que no observó penalti, ni siquiera falta, como hicieron otros cercanos pastores de la iglesia, en la oficialización controlada de una mascarada nunca interrumpida pero, si se quiere, más divertida, al añadirle el inevitable morbo de la clandestinidad. Don Domingo recibió en el palacio las quejas de los representantes del galardón del ibérico solar -sus vecinos en inquilinos en precario- ante la inexistencia de una condena expresa del obispado por un supuesto festival de incontinencia callejero, que convertiría a la recoleta Laguna de Unamuno en una réplica artesana de Sodoma y Gomorra.

Mientras la calle se llenaba de máscaras multicolores y el Teatro Leal levantaba el patio de butacas para a celebrar sus famosos bailes; severos y silenciosos actos de desagravio se producían en paralelo en el interior de las iglesias, donde encontraban refugio los escandalizados intransigentes de toda la vida. La contestación de Don Domingo Obispo a los apóstoles o mártires, acaso, que esgrimían airadamente su bandera y símbolo, fue contundente:

Pero ¿de qué me están hablando?

Si eso no es otra cosa que «Mascarita, ¿me conoces?

Sobre el mismo tema Enrique González González, relata en libro que dedica al prelado:

Aunque condenó, siguiendo la norma de la censura la película Gilda, hizo la vista gorda con los Carnavales. Estando don Domingo paseando por el patio del Obispado, se acercaron varias beatas nerviosas e indignadas. Con voz temblona y compartida le aseguraron que las Fiestas de invierno eran ocasión grave de pecado que había que suspenderlas. Don Domingo las miró con ojos serenos y cara relajada. Y les contestó: «Muy bien. Ustedes a rezar y los otros a divertirse». Las beatas, metidas a alcahuetas, salieron del Obispado con el resquemor del fracaso y el amargo sabor del ridículo. Después, aseguró que no volvería a censurar ninguna película. La condena de Gilda lo único que produjo fue un gran éxito de taquilla.

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