Fotos, coplas y poemas.”Plaza con poetas”. Víctor Rodríguez Jiménez. La Palma (1927-2005)

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Víctor Rodríguez Jiménez, nació de la isla de La Palma, el 21 de julio de 1927 en Todoque, Los Llanos de Aridane. Desde su profesión religiosa, el 16 de agosto de 1945, hasta su muerte, el 4 de marzo de 2005, dedicó toda su vida a la misión juvenil y popular de los Salesianos en casas de Canarias. Excepto un año de maestro y asistente en Utrera, cuatro de estudios teológicos en Madrid y tres de profesor en la Escuela Universitaria de Guadix (Granada), el resto de su vida salesiana (49 años) trabajó en su tierra canaria: 22 años en La Orotava; 20, en Las Palmas de Gran Canaria, 6, en la Escuela Profesional de Santa Cruz-La Cuesta; y uno en Teror. Destaca su entrega generosa a la educación y evangelización de los jóvenes; su amor y clara preferencia por la gente sencilla y necesitada, especialmente en la parroquia del Barranquillo (Las Palmas) o en las barriadas altas de La Orotava; y su amplia cultura literaria y humanista, unida a un notable carisma poético. Destaca también su humildad e inclinación a la vida sencilla y modesta, cualidades que sobresalen más si se tiene en cuenta su gran bagaje intelectual. A sus títulos de maestro, licenciado en Filosofía y Letras y Periodismo unía sus excelentes dotes de escritor y poeta, que le hicieron merecedor de, al menos, 16 premios, de ámbito regional, nacional e internacional. Su nombre figura en varias antologías de poetas canarios. También ha dejado varios libros escritos en prosa; el último, “El Santo Hermano Pedro de San José de Betancur”. Como periodista, don Víctor fue fundador y primer director de algunas revistas diocesanas y publicó artículos en varios periódicos y revistas.El poeta cantó así a La Laguna:

Plaza con poetas

Miradlos en las plazas centenarias que
ungieron en su vida de ternura con el mismo
sosiego y compostura de dulcísimas almas solitarias.

Ellos aquí soñaron, y en sus varías
divagaciones vense en la escultura;
la misma breve dicha y amargura liban
bajo estos pinos y araucarias.

Oh piedad sabia y honda de la mano que se
salva salvando del olvido a tanto soñador,
a tanto hermano.

Oh milagro gracioso la insistencia de volver
en retorno agradecido a quien amó,
al lugar de su querencia.

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