La Carrera, antiguo Bar Alemán (VI). Por Julio Fajardo Sánchez

orfeonviejo

Una adecuada plataforma para contemplar desde las alturas fue el Orfeón La Paz

El Bar Alemán es apropiado para la Semana Santa. Su dieta se ajusta perfectamente a las exigencias del ayuno y de la abstinencia, incluso existen algunas sugerencias eucarísticas para el Jueves Santo relacionadas con el blancor de las ensaladillas y el dorado resplandeciente de las mayonesas y de los huevos a la moscovita. Este mismo repertorio, incluyendo los brazos gitanos, era la base de los aperitivos benéficos que las damas de Cáritas organizaban por esas fechas, para que los caballeros acompañaran a los brillantes whiskys y a las espumosas cervezas con los que expiaban, en la vivencia de su pasión contemplativa, los excesos del resto del año.

Pero el Bar Alemán, además de ofrecer una carta apropiada para abstinentes escrupulosos, era y es una adecuada plataforma para contemplar desde una altura prudente el paso de las procesiones, igual que lo fuera la contigua terraza del Casino, mirador trasladado en la actualidad a la esquina de la calle del Agua con la de Sán Agustín, lugar donde se intercambian cómplices miradas y reverenciosos saludos, insinuados con un leve movimiento de cabeza, entre los ocupantes de las repletas ventanas y los solemnes desfilantes de la procesión.

Las procesiones suben todas la calle de la Carrera, siguiendo el mismo itinerario que la Romería de San Benito, una romería que no va a ninguna parte: su destino se encuentra en su propio origen, alcanzando su clímax, como en un prolongado orgasmo, en la mitad de su recorrido; comienza incompleta y termina laxa y desparramada, abandonando a mitad del camino los mejores momentos de su gozo.

Sólo el Corpus cambia, sin saber muy bien por qué, el recorrido tradicional en el circuito preestablecido que gobierna la vida de la ciudad. Se deberá quizá a la existencia en La Laguna de dos Corpus, obedeciendo a la división lagunera de las dos ciudades que, como las dos Españas, mantiene esa eterna pugna entre arriba y abajo de forma impenitente. Ese arriba y abajo incomprensible para quien no la conoce, que se desespera intentando comprender cómo puede subir o bajar sin alterarse la rasante del milagroso llano sobre el que se asienta, principal justificante para la elección de su emplazamiento.

La Semana Santa va por donde tiene que ir, es decir, en sentido dextrórsum: el de las agujas del reloj y el de la bala describiendo su vertiginos a espiral por el alma del fusil; podría concluirse con esto que la procesión es de derechas pero nada más lejos de la realidad. La procesión es integradora, aglutinadora de emociones y, hasta si se quiere, vehículo de acercamiento entre la parsimonia distante de la ventana, enlutada con reposteros y crespones, y la calle ocupada por los de a pie, que la inundan con el olor de la naftalina y de las ceras ardientes.

Quizas tambien le interese...