La Industria de los Sombreros de Palma en Tenerife. Por Julio Torres Santos

sombreros de tenerife

Izquierda: Sombrereras en Las Canteras La Laguna 1927, central: sombrero de campesina años 20 y derecha: sombrero con un lazo “raro” obra costumbrista teatro Leal, La Laguna 1922.

En el catálogo de la exposición que comisarie en 2001 “La Romería de San Benito Abad a través del tiempo”, recopilé un magnífico artículo de 1933 del insigne periódista lagunero Luis Ávarez Cruz, el mismo trata sobre manufactura rústica de los sombreros de maga y de los mismos dice así:

Sombreritos de palma, manufactura rústica de la isla. Haldudo y redondo, con tu suave cinta de terciopelo, tus marimoñas de color y tus escarapelas religiosas en las festividades campestres. Sombrajo del rostro en la canícula. Típico remate del indumento tagananero. Nadie ha cantado tus virtudes; y he de ser yo -periodista de la mesa anónima de una Redacción- quien recoja y aprehenda tu gracia antigua y plástica, antes de que un día desaparezcas para siempre.

Sombrero vernáculo, no extranjerizado ni forastero en la tierra; no huésped de extrañas latitudes, ni producto insípido de imponentes mercados ajenos. Sombrerito nuestro, como nuestras rocas, como nuestro mar, como nuestros pinos, como nuestra habla, como nuestra tradición. ¿No había de amarte con ese amor enfervorizado y profundo a las cosas que son nuestras y hermanas nuestras, las que hemos recibido en prenda y legado de la antigüedad?

Sombrerito airoso y modesto, sombrerito de palma. el de las cintas de color.

Las sombrereras

Pocas o muchas, aún quedan sombrereras en Taganana. Aún quedan manipuladoras de hojas de palma. Aún quedan manos activas que sepan trenzar y coser. Aquí, en el barrio de la Chanca, vive la familia de los Pícar, descendiente de los viejos pobladores del pueblo. Seña Cipriana Pícar, la madre, es esterera; sus tres hijas atienden a la modesta industria de los sombreros, Todas cuatro trabajan en su pequeña industria establecida en el viejo barrio pintoresco; en una casuca con su exiguo patinillo que ornan las plantas de rigor.

Las manos de la madre trenzan las nueve tiras de palma precisas para la confección de las esteras. y después cosen los trozos aislados. Estas manos serían capaces de construir una estera de regular tamaño en dos días. Y estas manos percibirían por su trabajo cinco o siete pesetas, incluyendo el acarreo.

Las manos de las hijas trenzan las cinco tiras de palma precisas para la confección de los sombreros, y después cosen estas tiras con rafia. Estas manos serían capaces de construir dos sombreros por día. y estas manos percibirían por su trabajo alrededor de dos pesetas, según fuese la calidad del producto, que puede ser llano, calado y de pico. Las hábiles manos de las mozas hacen maravillas con las palmas secas. Los sombreros van saliendo de sus manos con la destreza maravillosa con que un prestímano hace salir de las suyas los objetos más insospechados. Las hojas abiertas de las palmas, que hace tiempo se pusieron a secar en un rincón de la casa, se retuercen en las manos ágiles en finas trenzas. Las trenzas se alargan y se enroscan sobre sí mismas, y, poco a poco, el sombrero haldudo y redondo va adquiriendo forma y volumen, a falta únicamente de la cinta, a cargo particular de los gustos o de las circunstancias del comprador. Así se trabaja en la típica industria de los sombreros de Taganana.

La pequeña industria

La industria sombrerera de las Picar comenzó casi en broma. Aprendieron a trenzar las palmas, y un buen día fabricaron un sombrero. El sombrero resultó bonito, y no faltó una amiga que hiciera un encargo. Tras de la amiga acudieron otras, y tras estas otras vino la industria. Más tarde la industria creció, siempre dentro —claro está— de sus reducidas proporciones, y aun se conserva, pese a los modernismos importados, capeando el temporal de los tiempos nuevos, merced a las hábiles manos de las mozas, que así ayudan económicamente al sostenimiento del hogar.

No es la única en Taganana; pero si es una de las pocas que se conservan en Taganana. Ello es mucho. Es uno de los templos donde se vela por el culto de sombrerito vernáculo que adorna la cabeza de las muchachas de la región durante sus labores campesinas así como en sus viajes hebdomadarios a 1a ciudad.

Industria limpia y olorosa a cazumbres bíblicas, no debía morir —si es que le llega su hora trágica— sin unos comentarios sentimentales. Vaya este mío, no como un responsorio, sino como una exaltación a nuestras cosas humildes e ignoradas.

¡Oh, sombrero de palma, haldudo y redondo, el de los negros terciopelos maduros, el de los verdes cintas de color, sobre el rostro sencillo de las mozas guapas y finas!

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