«Tenerife y la fiebre amarilla» (I), por Conrado Rodríguez-Maffiotte Martín

Desde el mismo momento de la conquista, Tenerife tuvo que enfrentarse a epidemias terribles que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, le llegaban por el mar. Santa Cruz y Garachico, puerto de gran importancia entre los siglos XVI y XVIII, fueron la puerta de entrada de enfermedades infecto-contagiosas que castigaron cómo auténticos flagelos a la población de la isla. La peste, el tifus exantemático epidémico, la gripe, la viruela y, por supuesto, la muy temida fiebre amarilla, entre otras, azotaron de una manera cruel en muchas ocasiones a los tinerfeños. Lo peor de esas calamidades es que, no pocas veces, se unían a las recurrentes sequías y  hambrunas producidas en el archipiélago lo que favorecía la inmigración hacia la isla capitalina de muchos habitantes de otras islas en busca de mejor fortuna. Ese hecho propició que el impacto de las esas epidemias fuera aún peor por el aumento de la densidad de la población y la insalubridad de los lugares habitados debido a la pobreza, ello al margen de la debilidad producida por el hambre en no pocas personas (especialmente la población más vulnerable: niños y ancianos).

Algunos de los estallidos epidémicos más graves en todas las Canarias, y especialmente en Tenerife, fueron los de fiebre amarilla (término acuñado por el clérigo y naturalista galés Griffin Hughes en 1750). A la fiebre amarilla se le ha llegado a dar más de 150 nombres diferentes a lo largo de la historia, siendo los más conocidos los de «vómito negro», «enfermedad de Siam», «enfermedad de Barbados» o «plaga americana». El virus causante de la misma acabó con la vida de miles de tinerfeños en los sucesivos brotes ocurridos desde los inicios del siglo XVIII hasta el XIX.

Hagamos un somero repaso por las características epidemiológicas, clínicas y geográficas de esta enfermedad para luego profundizar en cómo se sucedieron los hechos en el mundo y en nuestra isla.

Un poco de epidemiología de la fiebre amarilla

La fiebre amarilla está causada por un virus del tipo Flaviviridae (ARN), siendo su reservorio los monos y, en menor medida, el ser humano, el armadillo y los marsupiales, en la fiebre amarilla selvática y el ser humano en la urbana. El vector de la enfermedad es el mosquito: Aedes aegypti en la urbana o epidémica que se transmite de humano infectado a humano sano por la picadura del mismo y el Aedes aegypti, el Aedes simpsoni y el Aedes africanus en la selvática o endémica – en África – y el Haemagogus en América, transmitida de animal a ser humano a través de esos vectores. Actualmente la fiebre amarilla se distribuye por las selvas de América Central y del Sur (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Brasil son los países más afectados) y de África.

Cuadro clínico

Se trata de una enfermedad infecto-contagiosa aguda que, después de un período de incubación corto de 3-6 días, comienza de forma abrupta con escalofríos y fiebre alta, cefaleas intensas (dolores de cabeza) y dolores articulares y musculares que duran tres días. Transcurrido ese período, la enfermedad puede seguir dos caminos: la remisión total (la mayoría de los casos actuales se comporta así gracias a las medidas terapéuticas existentes ) o una remisión aparente tras la cual el cuadro se agrava apareciendo bradicardia (pulso lento y débil), ictericia que va en aumento a medida que evoluciona el cuadro (de ahí el nombre de la enfermedad), anuria (disminución o supresión de la secreción urinaria), alucinaciones y hemorragias nasales (epistaxis), orales y digestivas (vómitos hemorrágicos oscuros – por eso fue conocida también cómo «vómito negro»- y melenas o heces oscuras). El final cursa con convulsiones, coma y muerte a los 8-10 días. Los enfermos recuperados presentan inmunidad permanente.

La fiebre amarilla es una enfermedad difícil de diagnosticar en ausencia de pruebas de laboratorio y ha sido confundida con el dengue, la fiebre recurrente epidémica, la malaria o paludismo, la fiebre tifoidea, el tifus exantemático epidémico e incluso con la propia gripe. Su tratamiento es sintomático al no existir medicación (antivirales específicos).

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