En otros tiempos «La Víspera» del Señor de La Laguna era noche de «Tapadas». Por Julio Torres

Las tapadas, nos estamos refiriendo a las mujeres que para salir a la calle se embozaban con diferentes prendas, ocultando parte del cuerpo y rostro, dejando fuera los dos o un solo ojo, por lo que se las conocía por tapadas de medio ojo, o también arrebozadas, cobijadas, cubiertas, tapadas a lo morisco…

Su origen para remontarse muchos siglos atrás. En un curioso artículo de La Ilustración Española y Americana de 1896 se afirma que como el rey Salomón alude a esta costumbre en el Cantar de los Cantares cuando exclama:

“Robaste mi corazón, hermana mía, esposa; robaste mi corazón con uno de tus ojos, con un sartal de tu cuello”.

En las fiestas del Señor de La Laguna los primitivos festejos de toros, cañas, comedias y saraos, que antes se realizaban en la víspera, fueron sustituidos por las máscaras y tapadas que solas o en cuadrilla, reunía la plaza que precede al Santuario, a la que se llamaba “Patio del Cristo”.

Las más honestas y comedidas con sus chácharas, excitaban por lo menos la curiosidad de galanes y viejos verdes, sacándoles con donaire, galas y adornos mujeriles que se vendían a subido precio en las tiendas que de éstos géneros se improvisaban, otras más libres y descocadas, a más de limpiarles los bolsillos con los obsequios de que no se veían saciadas, eran el escándalo vivo que se paseaba por la plaza, situaciones que nos relata Rodríguez Moure.

Llegó a ser tradicional que las «tapadas», que cubriéndose el rostro con el celaje de las mantillas sólo dejaban ver sus ojos, se acercaran a los galanes para lo que en el común hablar se llamaba pedir la feria en el Patio del Cristo, lo que consistía en solicitar cualquier regalo en forma de chuchería, turrón o dulce, lo que ya daba pie para iniciar conversaciones tal vez de más largos alcances. Por su parte, los jóvenes galanes, o no tan jóvenes, conocidos como los «embozados», también era frecuente que disimularan su identidad tras el embozo de sus capas y bajo las sombras del ala de sus sombreros, lanzando sus requiebros de tono más o menos subidos, más bien más que menos, a las damas asistentes. Todo formaba parte de un juego galante, en una sociedad en la que apenas se daban ocasiones de comunicarse y de diversión, pues casi eran las fiestas religiosas las únicas que propiciaban motivos de encuentro y esparcimiento.

La autoridad civil, y la religiosa, no veía con muy buenos ojos estas costumbres que a veces terminaban en altercados y que ya se habían convertido en tradición, hasta el punto de que se hacía muy dificultosa su erradicación. Prueba de ello son los numerosos bandos prohibiendo esta costumbre, fiesta tras fiesta y año tras año, de los que hay constancia en los archivos, muchos son lo bandos prohibiendo taparse y disfrazarse, haciendo especial referencia a las «tapadas» que iban a pedir la feria y a los mozos «embozados», a los que se calificaba de pendencieros y decidores. A pesar de las prohibiciones la costumbre perduró, al menos, hasta 1838 en que se endurecieron las sanciones, no obstante lo cual todavía en algunos casos hay constancia de que continuaba en «El Patio del Cristo».

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