«Tamarcos, mahos, guaycas y fardos: lo que nos cuentan (o no) las pieles de nuestras colecciones», por Mª Candelaria Rosario Adrián

Si miramos tras el cristal de los museos de nuestro archipiélago nos sorprenden multitud de materiales y objetos de diversa naturaleza que fueron elaborados y utilizados por la población que vivió antiguamente en nuestras islas. Han transcurrido más de 500 años desde que ese pueblo desapareció, pero en los espacios donde desarrolló su vida durante más de 1500 años nos encontramos parte de sus vestigios.

Huellas del pasado que nos hablan y nos ayudan a conocer mejor nuestros orígenes son esos objetos que nos observan detrás de las vitrinas. Y en el silencio de las salas o en la oscuridad de los almacenes se escuchan sus preguntas, interrogándonos sin que, en ocasiones, sepamos responder.

Cada una de nuestras islas nos ofrecen sus tesoros en forma de recipientes cerámicos de variada tipología e impresionantes decoraciones (algunas pintadas como las de Gran Canaria), ídolos, cuentas de barro, pintaderas, colecciones de punzones, espátulas o agujas óseas, instrumental lítico de basalto y obsidiana como molinos, tabonas o raspadores, añepas, banot, recipientes de madera, y un largo etcétera de materiales que podríamos seguir enumerando.

Sin embargo, son las piezas confeccionadas con piel de animal, de esos animales que le proporcionaron también leche, carne y huesos, las que me producen mayor admiración. Y, una vez más, cuando me coloco delante de ellas y me interrogan, no sé responder. Es increíble que unas pieles, algunas finamente agamuzadas como escribía Luis Diego Cuscoy al mencionar las que encontró en la momia del Barranco de Jagua (El Rosario), hayan llegado hasta nosotros después de tantos siglos, y en unas condiciones dentro de los yacimientos que a priori no parecen ser las idóneas para su conservación.

El trabajo de la piel es una actividad que exige una tecnología compleja y que conlleva tiempo y energía a las personas que la realizan. Aún hoy a los investigadores nos cuesta entender cómo fue realizada esa tarea para que esos vestigios hayan perdurado, pudiéndose admirar magníficos ejemplares después de permanecer ocultos tanto tiempo, principalmente, en espacios o lugares funerarios.

Las crónicas y relatos de la Conquista nos permiten conocer aspectos relacionados con estas manufacturas aunque son verdaderamente parcos en muchos datos, por lo que el estudio de los restos que permanecen en los centros de investigación es fundamental, a pesar de que se trata de un material muy frágil que requiere un especial cuidado de manipulación y conservación.

Estas narraciones nos describen cuáles eran los animales de los que extraían la materia prima, las piezas que confeccionaban y los utensilios que empleaban para la elaboración de las mismas. Abreu Galindo, por ejemplo, señala para Tenerife que los hombres andaban desnudos, cubiertos con unos tamarcos que eran de pellejos de cabras o de ovejas (1977 [1602]: 294) o haciendo referencia a La Palma cuenta que su calzado era de cuero de puerco, que se revolvían a los pies (1977 [1602]: 271). El uso de las pieles de estos animales citados ha podido ser constatado en los análisis llevados a cabo en algunos de los ejemplares que forman parte de las colecciones.

En cuanto a los objetos elaborados también la arqueología y las fuentes escritas coinciden. En los textos se hace referencia a la vestimenta y accesorios de la vida cotidiana en las distintas islas utilizando palabras como tamarco, tahuyan, xercos, hyrmas, guaycas, mahos, guapil, tehuete… con las que designan al vestido, faldas, calzados, tocado, bolsos, etc. que usaba la población. Algunas de estas piezas pueden ser admiradas también en las instituciones museísticas canarias.

Son abundantes igualmente las alusiones al modo que tenían de enterrarse, por ejemplo para Tenerife dicen que en estas pieles adobadas cosían y envolvían al cuerpo del difunto después de mirlado, poniéndole muchos cueros destos encima (Espinosa, 1980 [1594]: 45) o en Lanzarote cuando morían, los colocaban en grutas y cuevas oscuras, y debajo les hacían la cama con muchas pieles de cabra, e otras tantas les ponían encima (Torriani, 1978 [1592]: 41). En el Museo Arqueológico de Tenerife podemos contemplar algunos de estos elementos asociados a los restos humanos que se exhiben en las salas, como los de la momia femenina de Guía de Isora o las pieles que acompañan al cuerpo de un joven que murió en el siglo XI d.n.e.

Del proceso de trabajo y los utensilios empleados en las diferentes islas encontramos noticias del uso de espinas de pescado o púas de palmas o de otros árboles (Espinosa, 1980 [1594]: 37); mencionándose también que sacaban de los lomos de las reses que mataban los nervios, y los secaban. Eran los nervios del espinazo del largo entero, y los untaban con manteca y los sobaban al fuego, y de ellos sacaban hilos delgados y gruesos, y de los huesos hacían agujas para coser (Abreu, 1977 [1602]: 159). En ocasiones se señala que aparecen pintadas o decoradas con incisiones, demostrado un gran conocimiento de esta técnica: Y había pintores, que era oficio más de mujeres que de hombres. El verano tenían cuidado de coger las flores, para sus tintas a sus costuras (Abreu, 1977 [1602]: 159) o en La Gomera vendarse la cabeza con una faja pintada con un color encarnado, que sacaban de las raíces de un árbol llamado tainaste, del cual también se saca el colorete para las mujeres (Torriani, 1978 [1592]: 201). En Tenerife tenemos piezas procedentes de los yacimientos funerarios de Hoya Brunco, Roque Blanco o Llano de Maja que aparecen decoradas con suaves incisiones que dibujan motivos en escama o geométricos. Del mismo modo, contamos con finos tendones y correíllas de cuero que se usaron para unir los fragmentos de piel y para realizar los sorprendentes parches y remiendos necesarios para amortizar la pieza.

Por último, la bioantropología, a través del estudio de marcadores de actividad física y de patología específica de origen microtraumático nos puede ayudar a descubrir aspectos relacionados con este tema. Ejemplo de ello lo encontramos en la colección del Museo Arqueológico donde aparecen restos humanos con artrosis en la muñeca o los denominados “dedos de costurera”, presentes en algunos huesos femeninos, que pueden estar relacionados con el trabajo de la piel.

¿Para qué se utilizaron realmente esos objetos elaborados en piel?, ¿qué manos realizaron esas “finas” costuras?, ¿qué hizo posible que después de tantos años hoy, en pleno siglo XXI, podamos disfrutar de ellas?, ¿era una actividad femenina?, ¿cómo obtenían los tintes?

No tenemos la respuesta certera a muchas de estas cuestiones. No sabemos responder. Aún. No sé responder.

Mª Candelaria Rosario Adrián

Conservadora/Arqueóloga del Museo Arqueológico de Tenerife

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