Platería doméstica y artes decorativas en La Laguna (XI). Por Jesús Pérez Morera

Joyas y alhajas de adorno personal (I)

Guardarropas,   ajuares   y   joyeros   personales constituyen otra brillante como poco conocida manifestación de las relaciones entre Canarias y el Nuevo Mundo. Complemento de la indumentaria y alhaja para el adorno personal, la joyería de uso femenino, masculino o indistinto es también un signo que mostraba no solo los gustos estéticos sino la posición del individuo en la sociedad o sus creencias. La joya antigua es además un documento histórico en el que se refleja la emigración y la geografía emigratoria, las vías comerciales y las influencias  culturales  recibidas,  la  estructura  social, así como las motivaciones y condiciones de vida de sus poseedores, su religiosidad o sus devociones más queridas.  El  obstáculo  que  implica  el  acceso  a  las colecciones particulares, convierte, al mismo tiempo, a los joyeros de las imágenes marianas de mayor devoción en el mejor campo para su valoración y estudio. A lo largo de los siglos, los ajuares y camarines de la Virgen del Archipiélago acumularon una gran cantidad de tipologías religiosas y civiles, anteriormente usadas como alhajas de adorno personal y obsequiadas, por lo común, cuando ya habían pasado de moda o se consideraban extravagantes, fuera de lugar y tiempo. Creadas para lucimiento del individuo, fueron ofrecidas, décadas o siglos más tarde, como exvotos o testimonio de la piedad y la fervorosa devoción  de  sus  donantes,  en  agradecimiento  a  la curación alcanzada, el favor obtenido en el parto o por haber llegado a salvamento a buen puerto superando los embates del mar y la piratería.

Registros de embarque y testamentos permiten documentar la constante afluencia durante los siglos XVIII y XIX de una gran cantidad de joyas de oro, perlas y esmeraldas traídas por los indianos en su retorno o enviadas a sus familias. Menudean sobre todo los complementos de la indumentaria masculina a través de los cuales el indiano mostraba su nuevo status, como hebillas, botones, corbatines o charreteras —divisa militar en forma de pala sujeta al hombro—, así como sortijas, anillos y zarcillos. A ellos se unen cadenas, brazaletes, aderezos y llaveros, colmillos de caimán engastados en plata o mangos de manatíes. Con el descubrimiento y la colonización del Nuevo Mundo, llegaron en abundancia grandes esmeraldas y perlas como nunca antes se habían visto, extraídas de las minas colombianas o de las pesquerías de las costas del Caribe y del litoral ecuatoriano. En 1535 el tercer adelantado de Canarias, Alonso Luis Fernández de Lugo, pasó a la conquista de Nueva Granada, donde se hallan las esmeraldas e vínose cargado de ellas e de oro. El inventario de su ajuar personal, levantado en Medina del Campo en 1551, confirma la pasión de los Lugo por las esmeraldas colombianas y todas sus joyas eran o llevaban esmeraldas. En la misma empresa se distinguió el licenciado Juan de Santa Cruz, fundador de la ciudad de Santa Cruz de Mompox (1540) y gobernador de Cartagena de Indias. Su biznieta, doña María de Santa Cruz, llevó en dote a su matrimonio una extraordinaria cruz de oro y esmeralda, que era de alto abajo de una pieza entera; y una no menos valiosa gargantilla de perlas gruesas estimada en mil ducados, la mejor que había en la isla de La Palma. Talla tabla o cabujón, la gran mayoría de estas piedras verdes fueron extraídas de Nueva Granada y de las minas de Muzo, que, tras el abandono de Chivor en 1563, se convirtió durante muchos años en el único centro productor.

Entre las joyas de origen indiano más representativas se encuentran, dentro de las devocionales y religiosas, los viriles de capilla, las cruces de esmeraldas, las concepciones o concebidas y los rosarios. Realizados en México desde 1555 en adelante y hasta principios del siglo XVII, los dijes-relicarios arquitectónicos, denominados de linterna o capilla por su configuración de templete de diseño renacentista o manierista, presenta viriles de cristal de roca con esculturas microscópicas talladas en su interior. Su procedencia mexicana parece confirmada, en algunos ejemplares, por la presencia de tapizados de plumas de colibrí, técnica tradicional entre los aztecas. Sus diminutas figuras esculpidas en boj —árbol originario de la cuenca del Mediterráneo— podrían ser al mismo tiempo de origen flamenco, importadas de Europa a través del comercio y la navegación como productos de mercería. Hasta seis dijes-relicarios hemos localizado en las islas de La Palma y Tenerife. Adornadas con perlas pendientes y enriquecidas con grandes esmeraldas de Nueva Granada en cajas de engaste, con el pie formado generalmente por otra pentagonal, las llamadas cruces ricas se fabricaron entre 1610 y 1660. A este tipo de cruz rica, de más que esmaltadas tardomanieristas evolucionaron hacia medallas caladas sin esmaltes ni figuraciones, definidas ahora por los anagramas IHS o el de María y sobre todo por el símbolo de la cruz entre palmas, que acabará caracterizando toda una nueva tipología de rosarios americanos, llegados en su mayoría de la Gran Antilla en el equipaje de los indianos retornados. El escudete de rocallas con las iniciales de María que integra la pieza de engarce así conocida acusa su cronología finisecular. Ya en el siglo XIX la maría adopta la forma de lazo estriado de ocho tendido, con cuentas lisas y esféricas en oro, coral, azabache o vidrio, a veces en combinación con placas caladas de grano de café. (…)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  1. La sirena. Taller andino, c. 1600. Santuario de Nuestra Señora de las Nieves. Santa Cruz de La Palma

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  1. El gallito del Niño. Taller andino, c. 1600. Santuario de Nuestra Señora del Carmen. Los Realejos

 

  1. Brinco o pinjante de cadenas hechura de lagartija. Taller andino, c. 1600. Catedral. La Laguna

 

 

probable hechura indiana, corresponden las piezas que la Virgen de Candelaria llevaba al cuello, fielmente re-presentadas en sus verdaderos retratos. En coral, coyol o perlas e incluso con carey, en filigrana, oro calado o cuentas granuladas, el rosario fue, sin embargo, la joya más popular venida de Indias y son numerosas las citas y referencias a los indianos que poseían o que traían a su regreso prendas devocionales de esta clase. En el área del Caribe se hacían con manatí y frutos duros, en especial de coyol, semilla de una palmera oriunda de México y Centroamérica con la que están elaborados un importan-te conjunto de rosarios de los siglos XVII y XVIII, la ma-yoría de ellos esmaltados a la porcelana. Rematan, por lo común, en cruz griega con tres medallas colgantes con santos en perfil de busto o medio cuerpo dentro de cerco calado de ces (fig. 56). Su origen y manufacturación hay que buscarlo en el golfo de México y en la región del Istmo, pero también en Cuba y La Habana. En la segun-da mitad o a finales del Setecientos las antiguas estampas

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