Platería doméstica y artes decorativas en La Laguna (I). Por Jesús Pérez Morera

Platería doméstica. Piezas de vajilla, servicio de mesa y aseo

La exposición La Casa Indiana: Platería doméstica y artes decorativas en La Laguna, se podrá visitar hasta el 17 diciembre en la Casa los Capitanes.

El éxito de las vajillas de plata en tierras americanas vino determinado por la abundancia de metal frente a la carestía y escasez de la loza, a tal punto que la élite gustaba más de la porcelana china1. Concebidas tanto con sentido representativo como funcional, sirvieron además para atesorar capitales —eludiendo los impuestos fiscales— en forma de plata labrada, que podía ser empeñada, hipotecada o reconvertida en metálico según las circunstancias. Se trata por lo común de piezas sueltas, desperdigadas como consecuencia departiciones y transmisiones hereditarias. Aparte de las existentes en casas y colecciones privadas, una buena parte de ellas se conservan en colecciones eclesiásticas, a donde han ido a parar para desempeñar funciones litúrgicas por voluntad de sus donantes. Para garantizar su título y propiedad y acreditar su identificación en caso de hurto o extravío, sus poseedores las hacían marcar con inscripciones, anagramas con iniciales entrelazadas, escudos de armas o punzones de propiedad. Durante el siglo XVI, coincidiendo con las fantasías manieristas, muchos objetos del ajuar doméstico —sobre todo copas, bandejas, jarras y saleros— perdieron su uso práctico y funcional para pasar a convertirse en creaciones más bien de adorno y de ostentación que se exponían en los aparadores y escaparates de las residencias de aristócratas o burgueses con pretensiones nobiliarias. Es el caso de la extraordinaria concha o venera que perteneció a la casa de Nava Grimón (La Laguna), obra mexicana de hacia 1700. Bordeada por una orla de conchas menores, la zona del asa, abierta en escotadura en el eje central, se decora con peces relevados de aspecto monstruoso y fauces abiertas que se mueven sobre las ondas y remolinos de las aguas, mientras que en las valvas se ven espejos elípticos y rombos de lados cóncavos, motivos propios del siglo XVII que perduran hasta el primer cuarto de la centuria siguiente.

En las Islas, la importación de esta clase de objetos fue realmente notable. Testimonio de ello es el testamento del presbítero don Luis Bernardo de Paiba (1776), vecino de Garachico, que cita, además de 15 láminas de la vida de la Virgen que traxe de México, 28 libras y 12 onzas en plata labrada, a 10 reales la onza, por ser plata fina de Yndias, peso de una salvilla, un azafate, dos fuentes, cinco mancerinas con sus cinco recibimientos y tres candeleras. El teniente capitán don Francisco Ximénez de Castro hizo memoria igualmente en sus últimas voluntades de la plata labrada de su uso personal, traída en su mayor parte de México a su regreso en 1756. Se componía de las piezas siguientes: tres platones grandes y tres pequeños, 24 platos trinches, un jarro y palangana, dos salvillas, dos bandejas, tres tazas grandes para agua y once pequeñas para caldo, ocho mancerinas, un par de vinagreras, un salero, dos cucharones, doce cuchillos con cabos de plata, 23 cucharillas, 25 tenedores, una despabiladera y cuatro candeleras. La casa del icodense don Marcos de Torres, importador de numerosas obras mexicanas y poblanas, contaba a su muerte, en 1780, con 35 piezas quintadas y sin quintar para el servicio de mesa, aseo e iluminación, entre ellas un jarro, una palangana grabada al buril, dos bandejas iguales labradas al buril, seis mancerinas quintadas levantadas de cin¬cel con 106 onzas y 10 adarmes todas, incluso sus flores de tomillo para poner las jicaras, una salvilla llana quintada, otras dos llanas sin quintar, una grande de 57 onzas y 6 adarmes, dos saleritos, una bacinica, doce platillos, seis quintados, con 193 onzas; un cucharón, catorce cucharas, trece tenedores, dos candeleros, unas despabiladeras, una palmatoria, un velón, una araña para estrado de especial hechura, de 120 onzas, y dos candeleros de moda; todas ellas adquiridas hasta 1757. Con posterioridad, se añadieron doce cabos de cuchillos, un cabo de tenedor para trinchar (1759), un platillo para recibir las despabiladeras (1760), un platón, un sello con 10 adarmes de plata en cabo de ébano, un platón (1761), una palangana (1763), una escupidera (1766), seis mane tones (1768), una tachuela o calderita para tibiar agua…

De las remesas de pieza de vajilla y aseo por parte de los indianos establecidos en el Nuevo Mundo a sus familiares en Canarias también hay sobradas noticias. A sus parientes de Gran Canaria remitió el presbítero don Domingo Naranjo y Nievo, domiciliario de la Puebla de lo Ángeles, en la fragata Santo Cristo de San Román, que retornó de La Habana a Santa Cruz de Tenerife el 18 de junio de 1764, un cajón forrado en cuero con buracos de Guadalajara y 90 marcos en plata labrada en piesas de un juego de barba, otro de escribir, un velón, cucharas y tenedores, unas vandejas y otras piesas de esta naturaleza para entregar al capitán Marcos Isidro Falcón. Su protector, al arzobispo-obispo Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu, tampoco dejó de auxiliar a su numerosa familia y allegados con el envío tanto de dinero en efectivo como en plata labrada. Así lo confesaba su sobrina doña Josefa Luisa Alvarez de Abreu y Valdés, que declaró que su tío carnal, atendiendo al atraso y las conveniencias de su casa, le había remitido seis platos, una palangana redonda, seis cucharas, seis tenedores, unas tijeras de despabilar con su platito y un junquillo con un relicario de oro.

 

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