«La peste» (y IV), por Conrado Rodríguez-Maffiotte Martín

Tenerife y la peste

Tal y como sucedería en un incontable número de lugares de las tierras descubiertas y conquistadas durante el período de expansión colonial europea, tan bien denominado «imperialismo ecológico» – la expansión biológica de Europa entre los años 900 y 1900 – por Alfred W. Crosby, Canarias no iba a ser inmune a la llegada de patógenos que le eran totalmente desconocidos y para los que su población no presentaba ningún tipo de defensa. Por ello la peste, el tifus, la fiebre amarilla, la gripe y otras enfermedades transmisibles hicieron estragos entre la misma durante y después de la conquista castellana. Aquí nos referiremos a las distintas epidemias de peste sufridas por Tenerife desde la conquista y siglos posteriores.

El primer brote de peste en nuestra isla tuvo lugar en el año 1506, apenas 10 años después de terminada la conquista, cuando la enfermedad campaba a sus anchas por España. Aunque la isla se preparó como buenamente pudo para intentar protegerse, la llegada de la misma fue inevitable y lo hizo a través del mar procedente de Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote que, a su vez, habían sido alcanzadas por los barcos que llegaban a ellas y traían consigo los patógenos que azotaban la Península. Cuando se cerraron los puertos ya era demasiado tarde y la enfermedad se extendió rápidamente por toda la isla. Este primer brote duraría dos años y afectaría muy especialmente a la recientemente fundada Santa Cruz de Tenerife y también a La Laguna, donde los enfermos eran aislados en los valles del Bufadero y San Andrés. Como recuerda el malogrado Luis Cola, a partir de esta epidemia se construiría el primer Lazareto de la ciudad, en 1512, en la zona conocida como Puerto Caballos que estaba situado junto al puerto. Una de las zonas más castigadas fue Anaga, donde aún residían muchos guanches que sufrieron la enfermedad de forma terrible por no tener ningún mecanismo inmunológico que los protegiera. Se desconoce el número de víctimas pero debió ser muy elevado.

A partir de entonces diversos brotes de peste de mayor o menor virulencia, alternando con largos períodos de carestía y otras epidemias de importancia, alterarían la vida de la isla hasta 1648, año de la última epidemia de esta enfermedad. El más importante de todos ellos fue, sin ningún género de dudas, el de 1582 que comenzó en San Cristóbal de La laguna, extendiéndose luego por gran parte de la isla. Esta epidemia está considerada en varios textos histórico-médicos como una de los estallidos más graves en relación al número de habitantes en cualquier lugar del planeta. Según parece estuvo originado por unos tapices que traían la pulga de las ratas y que procedían de Flandes (de ahí que también se conozca a este episodio como «la peste de Flandes»). Comenzó en torno al día del Corpus de ese año cuando el nuevo gobernador de Canarias los colgó de los balcones dando pie al desarrollo del brote que al par de semanas había acabado con la vida de más de 2000 personas solo en La Laguna. Fue tal el número de fallecidos que se tuvieron que habilitar lugares para los nuevos enterramientos porque ya no había sitio en las iglesias (lugares donde se sepultaba habitualmente en aquella época). Se calcula que el saldo final de fallecimientos fue de 7500 -9000 solo en lo que hoy denominamos área metropolitana lo que representaba, según Cioranescu y Cola Benítez, más de la mitad de la población de Santa Cruz y La Laguna juntas, un auténtico cataclismo demográfico. Cuando la epidemia comenzó a dar señales de remisión en la entonces capital de Canarias se exacerbó en Santa Cruz por lo que hubo de establecerse un cordón sanitario, vigilado por el ejército, en torno a ella para evitar una mayor expansión. Nuestra actual capital, pequeño núcleo urbano en aquel entonces, perdió casi las dos terceras partes de su población. Al cabo de unos meses, ya en 1583, la enfermedad fue remitiendo pero su saldo fue aterrador y a Tenerife le costarían décadas recuperarse de la tragedia.

El tercer brote por orden cronológico fue el de 1601 que comenzó en Garachico, puerto de gran importancia en aquel entonces y en años venideros hasta su destrucción en mayo de 1706 por la erupción del Volcán de Trevejo o Arenas Negras que sepultaría gran parte de la ciudad y la totalidad de su puerto en el mar. Su origen fue un barco procedente de Sevilla con mercancía infectada. Pronto la epidemia se extendió a todo el norte de Tenerife llegando al cabo de unas semanas a Santa Cruz donde fue muy severa. Curiosamente, según relata Cola, La Laguna no se vio afectada en absoluto en esta ocasión. Una vez más se instaló un cordón sanitario para aislar Santa Cruz y se estableció pena de muerte para el que osara cruzarlo. El balance final de víctimas no se conoce con exactitud pero alcanzó varios millares causando un quebranto muy grande en una isla que menos de veinte años antes, como hemos visto anteriormente, había perdido casi la mitad de sus habitantes.

La última cita de la peste con Tenerife tuvo lugar en el año 1648 y afectó de nuevo, aunque de modo mucho menos virulento y sin llegar a causar los terribles efectos de los anteriores estallidos, a la zona de Santa Cruz – La Laguna.

Conrado Rodríguez-Maffiotte Martín

Director del Instituto Canario de Bioantropología y del Museo Arqueológico de Tenerife

Museo de Naturaleza y Arqueología

MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología

Quizas tambien le interese...