Fotos, coplas y poemas a La Laguna en otoño: San Diego del Monte (y II). Por Diego Estévanez y Murphy

Allí el estanque al que entonces
con pasos torpes y lentos
me acercaba palpitante,
y al que me asomaba trémulo,
retirándome erizado
su oscuro fondo temiendo.

Aquí el lauro a cuya sombra
descanso dando a mi cuerpo,
me asaltara el sueño un día
lejos del hogar paterno;
en él mi ausencia notando,
mi madre, con loco anhelo
salió a buscarme, aflijida,
por los bosques y los cerros;
y penetró en los pajares,
y bajó al despeñadero,
y registró la espesura
de los arbustos revueltos
hasta que me halló, tranquilo
bajo este laurel durmiendo:
y ardientes me despertaron
sobre mi rostro cayendo,
lágrimas que derramaba…
¡lágrimas benditas fueron!

¡Ojalá los labios míos
sus mejillas recorriendo,
pudieran hoy recibirlas
entre cariñosos besos!

Allí el tronco de castaño
que en cruda noche de invierne”
con ímpetu desgajara
desencadenado el viento…

Y por doquiera que miro,
por donde mis pasos vuelvo,
me asaltan recuerdos tristes
al par que dulces recuerdos.
¡Cómo entonces palpitaba
de felicidad mi pecho!

¡Cómo en el alma tranquila
se albergaban halagüeños
mil insensatos delirios,
y esperanzas y deseos!

Mas los años han pasado,
pasando también con ellos
mis placeres y alegrías,
mis esperanzas y sueños:

y hoy que gimo al rudo embate
de mis pesares intensos
y que el porvenir cual triste
vasto y árido desierto,
se presenta ante mis ojos
de nubes pardas cubierto,
al verme otra vez cruzando
por estos sitios amenos
donde a mis primeros años
goces puros presidieron,
mi cabeza encandecida
se dobla sobre mi pecho
y de mis ojos se escapan
raudales de llanto acerbo.

Y recorro mi pasado,
y enloquece mi cerebro
al ver rápidas pasando
como evocados espectros
por ante la mente mía,
las sombras de los que fueron.

Y escucho el chocar de vasos,
y oigo estallido de besos,
y el bramido de las olas,
y el cantar del marinero,
y el rumor acompasado
de los cortadores remos
de un alma enamorada
lánguidos suspiros tiernos…

Y miro noches oscuras
en que tenebroso cielo
del relámpago a la lumbre
se ilumina por intervalos,
de populosas ciudades
los suntuosos monumentos,
lejanos montes azules,
y de luna los reflejos
en la blanquísima espuma
que se extiende hasta lo lejos,
al romper cortante quilla
las aguas de un mar sereno…

Y en esta azarosa vida,
¿qué he recogido por premio
de mis ambiciones locas
y de mi afanar eterno?
¡Desventuras infinitas
que me han robado el sosiego,
convirtiendo el alma en tumba
y el corazón en infierno!
Mas yo no sé qué delicia,
qué bálsamo de consuelo,
vierten en mí los rumores
que rasgan este silencio;
percíbelos el oído
y acógelos placentero
fingiéndose son los mismos
que en otro tiempo le hirieron…
y yo ansioso me traslado
en alas de mi deseo
hasta aquellas dulces horas;
y de tal modo me adhiero
a las memorias queridas
de aquellos dichosos tiempos,
que despiertan en el alma
los dormidos sentimientos
que entonces sólo,
alentaron en sus recónditos
senos, el susurro de las hojas,
de algún ave el aleteo,
las esquilas del rebaño,
¡y hasta el ladrido del perro…!
Velo de sombras el espacio cubre;
Lucen perdidas pálidas estrellas;
vierte la luna resplandores suaves;
la noche reina.

Ya que no hay nadie que con voz amiga
responda cariñoso a mis querellas,
ni hay una boca que a mis yertos labios
su ardor le ceda;
Ni cuando ansioso el corazón me late
hallo tampoco quien su afán comprenda,
pues sólo lanza destemplados sones,
rotas sus cuerdas.
¡Noche tranquila! ¡Viento vagaroso
que en suave soplo mis mejillas besas:
luna que doras del oscuro estanque
las aguas muertas!
¡Testigos mudos de mi alegre infancia!
¡Recuerdos dulces de la edad primera…!
¡Templad vosotros mis acerbos males
calmad mis penas!

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