Fotos, coplas y poemas a La Laguna en otoño: Frases de amor de Don Juan Tenorio a Doña Inés

El Tenorio cada año en el Teatro Leal, templo de la cultura lagunera…

Don Juán:

¡Cálmate, pues, vida mía! Reposa aquí, y un momento olvida de tu convento la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?
Esta aura que vaga llena de los sencillos olores de las campesinas flores que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena que atraviesa sin temor la barca del pescador que espera cantando al día ¿no es cierto, paloma mía, que están respirando amor?

Esa armonía que el viento recoge entre esos millares de floridos olivares, que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento con que trina el ruiseñor de sus copas morador llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía, que están respirando amor?

Y estas palabras que están filtrando insensiblemente tu corazón ya pendiente de los labios de don Juan, y cuyas ideas van inflamando en su interior un fuego germinador no encendido todavía ¿no es verdad, estrella mía, que están respirando amor?

Y esas dos líquidas perlas que se desprenden tranquilas de tus radiantes pupilas convidándome a beberlas, evaporarse, a no verlas, de sí mismas al calor; y ese encendido color que en tu semblante no había ¿no es verdad, hermosa mía, que están respirando amor?

¡Oh! Sí, bellísima Inés espejo y luz de mis ojos; escucharme sin enojos, como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues, todo el altivo rigor de este corazón traidor que rendirse no creía, adorando, vida mía, la esclavitud de tu amor.

Doña Inés:

Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!, que no podré resistir mucho tiempo sin morir tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad por compasión, que oyéndoos me parece que mi cerebro enloquece se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber un filtro infernal, sin duda, que a rendiros os ayuda la virtud de la mujer.

Tal vez poseéis, don Juan, un misterioso amuleto que a vos me atrae en secreto como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos: su vista fascinadora, su palabra seductora, y el amor que negó a Dios.
¡Y qué he de hacer ¡ay de mí! sino caer en vuestros brazos, si el corazón en pedazos me vais robando de aquí?

No, don Juan, en poder mío resistirte no está ya: yo voy a ti como va sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena, tus palabras me alucinan, y tus ojos me fascinan, y tu aliento me envenena.
¡Don Juan! ¡Don Juan!, yo lo imploro de tu hidalga compasión: o arráncame el corazón, o ámame porque te adoro.

Y ya en la apoteosis de la acción, Don Juan se reafirma en su amor y lo que empezó en apuesta se le ha convertido en el único compromiso de su vida, en las auténticas palabras de amor formal y para siempre.

Don Juán:

¿Alma mí? Esa palabra cambia de modo mi ser, que alcanzo que puede hacer hasta que el Edén se me abra.

No es, doña Inés, Satanás quien pone este amor en mí; es Dios, que quiere por ti ganarme para Él quizás.
No, el amor que hoy se atesora en mi corazón mortal no es un amor terrenal como el que sentí hasta ahora; no es esa chispa fugaz que cualquier ráfaga apaga; es incendio que se traga cuanto ve, inmenso, voraz.

Desecha, pues, tu inquietud, bellísima doña Inés, porque me siento a tus pies capaz aún de la virtud.
Sí, iré mi orgullo a postrar ante el buen Comendador, y o habrá de darme tu amor, o me tendrá que matar.

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