Especial Fiestas del Cristo de La Laguna: Voces tinerfeñas, “MAESTRO PEPE CARTAYA”

En la foto de portada jumto al señor del timplillo: Maestro Pepe Cartaya y su sobrino Dacio Ferrera. (De momento no hemos encontrado la voz de Maestro Pepe Cartaya, pero estamos en ello, además pedimos la colaboración de cuantos nos siguen). En el vídeo la Rondalla Real Hesoerides en la actualidad, sin duda un orgullo de la Ciudad.

La Laguna es una ciudad que, recogiendo en su censo a una diversidad de actividades gremiales, incluye también, entre ellos, al gremio de los señores, integrado por propietarios, rentistas, clérigos segundones o bastardos, holgazanes y botarates. El gremio de los señores está incrustrado dentro de los compuestos por el resto de menestrales, existiendo un pacto secreto entre ambos grupos por el cual el respeto mutuo siempre queda garantizado.

Hay aquí una especie de recreación andaluza en el trato entre las clases, en contraposición con lo que pudieramos entender como tradición catalana. Aquí se concede el tuteo en más ocasiones de lo que podría reconocerse como extraordinario, se visita en la enfermedad y en el duelo, y hasta se puede apadrinar a un hijo, aunque luego se sea un rácano a la hora de recompensar adecuadamente una tarea que se contrata con franqueza y sin exceso de protocolo.

La corriente catalana produce, por contra, un severo distanciamiento a la vez que garantiza una satisfacción económica justa y un orden canónico en el cumplimiento de las contraprestaciones. Todo ello sin que lo parezca y con las salvedades oportunas.

Este continuo trasvase entre caballeros y gentes del pueblo llano ha hecho que multitud de artesanos hayan sido tratados como señores y gran número de señores, en la derrota más rotunda de su autoestima, se reconozcan como auténticos mendigos. Es por eso que en La Laguna, con frecuencia, el reconocimiento del señorío más tiene que ver con !a condición personal que con el nacimiento.

Maestro Pepe Cartaya llevaba la maestría de su señorío en el bien ganado título que anteponía a su nombre; todo ello por saber combinar adecuadamente su seriedad con su simpatía, su trabajo afanoso con la sana diversión y, sobre todo, por saber entonar con la finura de un concertante, que también en ésto era maestro, la riquísima gama de cantantes que constituyen nuestro folcklore. La originalidad en el fraseo de sus interpretaciones, con ese sello académico que el lagunero imprime a la música popular tan distinto y distante de otros estilos que más se asemejan a los prácticos y directos voceos que las vendedoras de chicharros lanzan al aire para acreditár sus productos se encuentra viva hoy, por ejemplo, en las magníficas irterpretaciones de Dacio Ferrera, un pariente que le acompañaba de niño, timple en mano, escuchando y aprendiendo.

Cartaya era todo un maestro, firme y seguro de sí mismo, como esos hombres que la colectividad elige como mascarones de proa que indican el norte en la singladura de sus bajeles. La seguridad estaba asentada en la profundidad de sus convicciones, por eso, se cuenta de él que estando en el frente de Madrid, en aquel largo impasse en que la falta de provisiones militares convirtió a nuestra guerra civil en una dramática fiesta, protagonizó la siguiente anécdota.

Sin pólvora ni munición, los rojos y los nacionales se complementaban en sus carencias y así, donde no había cerillas había cigarros y donde no había café no existía el azúcar y al contrario. En aquella guerra de Gila, donde se jugaba al fútbol con el enemigo y se cerraban los frentes al atardecer, Cartaya fue requerido por un paisano que estaba en el bando contrario, aparentemente mejor provisto.

Pásate Cartaya- le gritó desde la trinchera.

y Cartaya, con la seguridad de quien pisa terreno firme le contestó:

-¡Como quieres que me pase si llevo Tres y Perica!

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