Así relató el historiador lagunero don José Rodríguez Moure el hallazgo de la Virgen de Candelaria por los guanches

El colectivo de los Guanches de Candelaria realizará este mércoles, día 14 de agosto, a las 19:30 horas en la plaza de la Patrona de Canarias en Candelaria, la representación del Hallazgo de la Virgen, una ceremonia cuyo origen se remonta a hace más de 200 años. En ella, la Virgen de Candelaria se aparece a los aborígenes en la playa de Chimisay.

Relato del hallazgo del presbítero e historiador lagunero don José Rodríguez Moure (1855-1936)

Por los años de 1390 ó 1391, dos pastores de Acaymo, Mencey o reyezuelo del término de Güimar, al atardecer de un día del Estío conducían sus ganados cabríos por la orilla de la playa de Chimisay al aprisco de una cueva del “Barranco de Chinguaro”. Cerca ya de la embocadura del barranco y cuando el ganado daba vuelta al recodo de la entrada, notaron que las cabras retrocedían asustadas como si algo las espantara en su camino; a indagar la causa adelantándose uno de los pastores creyendo eran otros los que querían hurtarle el ganado, y subiendo el pequeño recuesto para explorar el barranco, desde la altura descubrió en la cuenca, cerca del mar, como a unos cincuenta metros, a una mujercita que con un niño al brazo derecho y con vestidos distintos a los que usaban las mujeres de la tierra, de pie sobre una roca lo miraba con fijeza.

Como sencillo pastor, no acostumbrado a ver tales personas ni tan extraña indumentaria, lleno de admiración y pavor quedóse emplándola; y como no le fuera lícito, pena de la vida, según la ley guanchinesca, el hablar con mujeres a solas en parajes deshabitados, hízole señas para que apartándose dejara pasar a sus cabras, que arremolinadas no querían obedecer al otro pastor que las fustigaba; pero como viera que a pesar de sus señas, la Imagen, a la que él creía animada, no hacía caso, airado tomó un guijarro para tirárselo; mas como observara que ni a la amenaza obedecía, colérico dióle impulso al brazo para tirar el callao sintiendo, al tenerlo alzado, que no podía hacer uso de él a causa de habérsele quedado yerto e inmóvil, lo que, no poco asustado, comunicó a su compañero.

Entre asombrado y colérico acercóse a la Imagen el otro pastor, y como la advirtiera inmóvil, para cerciorarse de si estaba animada, sacando su tabona del zurrón, medroso trató de cortarle un dedo de la mano; pero aunque la operación la intentó por dos veces repetidas poniendo los dedos de la Imagen sobre los suyos, en ambos vio no poco admirado que su propia mano sangraba y no la de la terca mujercita, que, invulnerable a piedras y tabonas, no hacía caso de señales ni de amenazas. Confusos y asustados los sencillos pastores, creyeron debían poner el caso en noticias de su Mencey, quien tenía su morada más al interior de la tierra, pero en el mismo barranco. Y conformes al parecer, dejando abandonado al ganado, presentáronse en la morada de Acaymo dándole cuenta de lo ocurrido, enseñádole como garantía de su veredicto las lisiaduras del brazo y de la mano. Admirado el Mencey de lo que oía, convocados los vecinos y tratado el asunto en el Tagoro, acordaron ir a ver a la “Extranjera”, y juntos todos fuéronse a la playa guiados por los pastores, y pronto vieron a la Imagen; pero no atreviéndose a acercársele, aunque acordaron llevarla a la cueva del Mencey, ninguno quería poner las manos en Ella temidos de algún daño, pues presentes tenían a los escarmentados pastores. En esta incertidumbre el Mencey, y visto que los pastores estaban ya lisiados, ordénoles fueran ellos los que la tomaran, los cuales, resignados con su mala suerte, por la obediencia a su Príncipe que era señor de vida y muerte, se acercaron, y tan pronto la tocaron sintiéronse sanos, lo que causando estupor y alegría en todos los circunstantes, pronto germinó la emulación, por que Acaymo ordenó la dejaran, creyendo que solo él y sus nobles Sigoñes debían tener el honor de transportarla, y al efecto, tomarónla reverentes y pusiéronse en marcha; pero a corto espacio, sintiéndose abrumados por el peso, tuvieron que pedir ayuda o socorro, el que acudieron a prestárselo solícitos los demás de la plebe que asistían al acto.

Llegadas a las cuevas del Mencey, acomodárosla dentro de una pequeña que junto a la de su habitación tenía, llamada Auchón, poniéndola sobre una piedra que forrada de pieles gamuzadas sirvióle a la Sta. Imagen de altar y trono por muchos años, cubriéndola con otras pieles más finas y sueves que a tiempos recogían y aportaban cuando el Mencey quería enseñarla o recrearse con su vista.

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