Pedro González, lección de libertad. Por José Alberto Díaz, Alcalde de La Laguna

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Creo que en las tres facetas fundamentales de la vida de Pedro González — la política, la creativa y la docente — el rasgo más importante, más acentuado, más definitorio, fue la libertad. La conquista de la libertad, el aprendizaje de la libertad, la libertad, al fin y al cabo, como forma de magisterio. Y, por supuesto, la libertad como semilla de una feroz y al mismo tiempo generosa independencia. Pedro González, que tuvo y tenía muy buenos amigos y compañeros, que consideraba el diálogo y la tertulia tan necesarias como el aire para respirar fue, hasta cierto punto, un solitario solidario, siempre celoso de sus convicciones y de sus gustos, siempre dispuesto a formar parte de un proyecto, un equipo o una aspiración colectiva, pero siempre en primera persona. Cuando un grupo de artistas e intelectuales formaron ese brillante grupo disidente durante el franquismo (Nuestro Arte) ahí estuvo Pedro González. Cuando fue necesario revitalizar la Real Academia de Bellas Artes de San Miguel Arcángel ahí estaba Pedro González. Solo ponía una condición implícita: que nadie intentara que dejara de ser Pedro González.

Como político le correspondió ser el primer alcalde de La Laguna después de la recuperación de las libertades políticas, en las primeras elecciones municipales celebradas tras la dictadura, en 1979. Pedro González se incorporó y encabezó como independiente la candidatura del PSOE al ayuntamiento lagunero y consiguió ser rápidamente un alcalde popular, apreciado y hasta querido por sus conciudadanos. Quizás lo más importante que hizo por La Laguna fue recordársela a los laguneros: redescubrirles que vivían en una hermosa ciudad que fue capital de Canarias y que en la actualidad debía reverdecer sus ambiciones, abrirse a los cambios, salvaguardar su patrimonio histórico y artístico, apostar por la educación y honrar su belleza. Después de muchos años de abulia y marchitamiento La Laguna empezó a recuperar la conciencia de sí misma y de su necesidad de replantearse como ciudad contemporánea con Pedro González, que siempre se definió como socialista, pero que hizo gala de un espléndido desprecio por las conspiraciones y chismorreos que afectan a los partidos. Algunos quisieron ver soberbia en esa actitud, cuando solo había una palpitante libertad incondicional frente a élites y cúpulas. En política — como ocurrió en su vida —casi siempre escuchó pero nunca se doblegó.

Alguien dijo alguna vez que Pedro González no era un pintor, sino una colección de pintores. Más allá de la estructuración de su vasta y subyugante obra en etapas y series — la decisiva, Cosmoarte, supuso el paso a la abstracción total — esta riqueza de su personalidad artística se nota, sobre todo, en su capacidad para explorar lenguajes y formatos con una curiosidad inagotable y unos resultados a menudo magníficos y casi siempre interesantes. Su idioma como pintor consiste en el recorrido libérrimo por todos los idiomas para conquistar esa libertad final que consiste en pintar lo que no se puede pintar, como el propio Pedro González apuntó más de una vez. Como profesor en la primero Escuela y después Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna su primera lección se sustanciaba siempre en un mensaje a sus alumnos: aquí empieza la conquista de su libertad. A veces les parecerá a ustedes una forma de esclavitud. No pierdan el tiempo y pónganse a trabajar.

El destino ha querido que Pedro González falleciera casi simultáneamente a la inauguración en Madrid de la plaza con el nombre de su hijo, Pedro Zerolo, un político admirable, un activista incansable, un ejemplo de civilidad. Estas dos muertes, sin duda, empobrecen nuestra sociedad y nuestra vida cotidiana, pero quedan sus obras y sus testimonios, su memoria y su huella, su ejemplo y su emoción. Nosotros, en La Laguna, no los olvidaremos y trataremos día a día de ser dignos de su recuerdo.

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