La belleza de la carretera de Tejina en los primeros años del siglo XX

carretera de tejina

El magnífico escritor y periodista grancanario Francisco González Díaz, decia de Tenerife a principios del siglo XX:

«No se da un paso por la campiña de esta isla de Tenerife sin encontrar un punto de vista que causa la admiración, un paisaje que produzca un deleite. Los bellos panoramas, variados y caprichosos, siguiendo las revueltas de los caminos abiertos en el seno de las montañas, suspendidos a veces entre el mar y el monte; las tierras cultivadas, en que se despliega una flora espléndida, van ofreciendo en sucesión de cuadros que asombra, encantos mil a los ojos. Por donde quiera, el agua, desbordada en sonoros raudales, canta alegría. Sentimos la maternidad de la Naturaleza, maternidad amorosa, cuyo regazo inmenso por igual a todos nos cobija. Indudablemente, esa maternidad no es una ilusión.

Bajo este cielo benigno, nadie reconocerá a la madrastra desabrida y fría que en otras zonas menos afortunadas niega al hombre todo auxilio y le presenta, en lugar de senos ubérrimos, pechos exhaustos; nadie reconocerá a la naturaleza enemiga que esteriliza con el hielo o mata con el rayo, que ahoga los gérmenes vitales en lo hondo del surco y parece casada con la muerte.

Casada está aquí con la vida, con la esplendorosa vida meridional que brota en flores y revienta en frutos con la vida libre y generosa, cuyo ministerio es un eterno producir, un eterno crear. Las brisas, cargadas de perfumes y de gérmenes, pasan como ráfagas de vitalidad; hervores perpetuos de germinación conmueven la tierra y la hacen palpitar estremecida; las rosas se desbordan de las tapias como rostros bonitos que sonríen, tienden sus guirnaldas hasta la playa, suben a las alturas, incesan la vasta extensión donde reinan su color y su aroma, y cuando se descorre el blanco «velum» con que el cielo de ordinario se cubre, brilla sobre los campos eternamente florecidos una indescriptible pompa solar.

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